La leyenda de la Laguna |
|
Corría
el año 64 (aunque a veces caminaba por que se agitaba un poco) cuando el
Señor Rolo Chasco Mús decidió vaciar la pelopincho que tenía en la
terrazita de su casa, ubicada en Pompeya. La había comprado hacía cinco
años, cuando recién salió al mercado, para los pibes. Pero el no sabía
que por ordenanzas municipales estaba prohibido desagotar las piletas y
tirar el agua a la calle. Y como el intendente vivía al lado de su casa,
no se podía hacer el gil y tirarla igual. Así que durante cinco años
trato de mantener el agua en el mejor estado posible, pero la situación hídrica
de su pelopincho no daba para más. El agua tenía la viscosidad del
aceite, el color del aceite y un olor tan nauseabundo que hasta los sapos
que solían vivir allí decidieron mandarse a mudar, indignados por las
condiciones infranúricas a las que se sentían sometidos. Demás esta
decir que la pelopincho no se usaba desde hacía cuatro años y medio, ya
que ninguno de los hijos de Rolo se atrevían a meterse. Entonces
el loco de Rolo, cansado de tener esta ciénaga en la terraza de la casa
ideo una estrategia para deshacerse de esta putrefacta y fétida agua.
Cargó toda el agua en bidones y los subió al rastrojero fletero que tenía.
Su esposa, desde la puerta de la casa, lo miraba resignada, tratando de
comprender a su marido, buscándole alguna lógica a sus ideas, pero era
inútil, así que como solía hacerlo cada vez que él se descolgaba con
alguna de sus brillantes y sobre todo ridículas ideas, moviendo la cabeza
decía: “-¡Ay,
Rolo! Cada día más loco vos, que lo parió”. Rolo,
indiferente, se trepó a la camioneta y partió, sí, partió pero sin
saber bien a donde. La idea era encontrar algún descampado, un terrenito
baldío, en fin un pedazo de tierra para tirar el agua de los bidones.
Enseguida se dio cuenta de que tenía que alejarse un poco de la Capital
para lograr su cometido, así que agarró la ruta para el lado de Mar del
Plata. Y Rolo pensó “-es domingo, no había mucho que hacer en la casa
y además era el día que seguro caía la suegra”. La ecuación daba
como resultado que lo mejor era huir, y lo mejor de todo era que tenía
excusa, “-¡Hay que vaciar los bidones, che!” -...y
llovía y llovía... y llovía y llovía..., cantaba Rolo siguiendo a
Leonardo Fabio que sonaba en el auto estéreo. Mientras con los dedos
marcaba el ritmo en el volante. No sabía bien por qué pero Leonardo
Fabio siempre le había gustado, lo que pasaba es que nunca se atrevía a
reconocerlo públicamente. Entonces lo que hacía era poner el cassette y
cantar cuando iba solo en su camioneta. Rolo realmente sentía la música
de su ídolo, y era todo un espectáculo ver a este corpulento hombre, con
rasgos fuertes y manos de medidas inabarcables, cantar y emocionarse hasta
las lágrimas, imitando los vibrattos, impostando la voz y siguiendo los
falsetos, que por supuesto le salían horribles. Cuando
más o menos había hecho unos 100 o 120 kilómetros y después de
escuchar el cassette de Fabio seis o siete veces, tanta lluvia lo hizo
recordar que debía hacer una escala técnica en algún baño público. Y
fue ahí cuando se topó con una estación de servicio (a la altura de
Chascomús, que todavía no se llamaba de esa manera, pero sí dentro de
unos párrafos más. No se desespere) Quince
minutos mas tarde ya había cargado y descargado y estaba nuevamente listo
para continuar con su cometido, pero ya la cintura le estaba doliendo un
poco, así que decidió que por ahí tenia que vaciar los bidones. Tomó
la ruta nuevamente y en la primera callecita de tierra que encontró se
mandó. Se internó por los campos unos 10 ó 15 kilómetros hasta que
encontró un gran descampado. –“Sip, sip, acá puede ser”, pensó.
Se bajó del rastro y descargó los bidones, que eran 19 y uno por la
mitad, y los empezó a regar por la tierra, tan rápido que no se percató
de que estaba inundando la zona. -
Che, Rolo so vó? -
Oscaaar, que hacé, tanto tieeempo. Sí,
Rolo se encontró con Oscar, un amigo de la infancia que por lo visto hacía
mucho que no se veían. Charla
va charla viene, Rolo terminó de vaciar los bidones, se despidió de
Oscar y pegó la vuelta. Oscar que estaba con la familia de pic-nic
emocionado por el reencuentro tardó en darse cuenta del regalo que había
dejado su amigo, pero cuando quiso caminar hacia su esposa se dio cuenta
de que el agua le llegaba a las rodillas. En
eso se aparece un patrullero, que se ve que estaba buscando un lugar donde
echarse una siesta, pero al ver gente y una laguna que media hora antes no
existía, decidió hacerse el que investigaba el hecho. -
Buenas, ¿qué anda pasando por acá?, preguntó el oficial. -
No, yo no se nada. -
Pero qué es este desastre che, si acá no había agua. Si esto era la
canchita de los muchachos. -
Yo no vi nada agente, le juro. -
Y bueno, entonces me va a tener que acompañar a la seccional. Oscar
sentía un gran cariño por Rolo su amigo de la infancia, pero de ahí a
caer en cana por él había una gran diferencia sin cariño ni recuerdos.
Además la Beti, su mujer que lo miraba como la lechuza de los
documentales mira al indefenso ratoncito antes de comérselo, ya se estaba
impacientando. Pobre Oscar, qué era lo que debía hacer. Deschavar al
Rolo, a Rolito, o no. Rolo compañero de juegos, de correrías, de ring
raje. De ring raje...ring raje, “pero que hij...” recordó
Oscar, el día que le tocamos timbre a Don José y el muy cretino de Rolo
botoneó que fui yo y me ligué una tremenda paliza que me dio mi viejo. -
¡Ah, no! De este balurdo yo no me hago cargo ni loco. Agente disculpe, yo
creo que tengo una somera idea de cómo este fenómeno de la naturaleza se
pudo haber producido. -
¡Hable ya o lo llevo a la seccional canejo! -
El Rolo, fue el Rolo. Guuaaaaaaaaaa, perdoname hermano -
¡Deje ya de llorar como una nena y cante de una vez! -
La laguna es de Rolo -
¿La laguna de Rolo? ¿Qué Rolo? -
Chasco Mús, la laguna la hizo Chasco Mús. -
Laguna de Chascomús..., así que acá queda? Bueno gracias por el dato,
mañana vengo a pescar con los pibes. Chau, gracias Y
se alejó el policía. Dejando perplejo a Oscar que no lograba entender
bien en que momento se había distraído, por que no lograba comprender
muy bien la situación. después de un rato de meditar se le iluminó la
cara y le gritó a Beti que seguía mirándolo feo: Che Beti, ¿te acordás de Alfonsín, el que iba siempre a una laguna? Bueno parece que era acá. Capaz que el Rolo se la había afanado y después se arrepintió y la trajo de vuelta, siempre fue un atorrante. ¿Me preparás otro sámbuche de salame y queso? |
Volver |